Durante un tiempo mi cerebro decidió de forma unilateral que mi objetivo en la vida tenía que ser ser Doña Perfecta. Así como te lo digo. Lo decidió sin ni siquiera consultarme. «Carmen tú tienes que ser aquella que será recordada por hacerlo todo genial». Sí, yo, la misma que se tira todos los días el café o que las lía de colores, tenía que ser la reina de la productividad, Barbie actividades, la que llegaba a todos los planes, la que más viaja, la que más hace, la que más consigue…
Para conseguir el maquiavélico plan de mi hipotálamo recurrí en gran parte a los libros. Así fui poco a poco cayendo en la trampa. Me hice con todas las técnicas de productividad que había, ojee y hojee todos los libros que existían sobre organización y optimización de tiempo y aprovechaba cada minuto, incluso en vacaciones, para no tener la mente liberada ni un solo minuto, para estar activa al 100% 24/7. ¿Por qué? Porque el mero hecho de no estar siendo productiva me generaba ansiedad y sensación de estar perdiendo oportunidades maravillosas en mi vida.
Probablemente estés pensando «no hay nadie al volante de esa cabecita» o «vaya, me suena esta historia». Puede que no te equivoques. Pero comparto esto porque a mi me tranquilizó, -por aquello de «mal de mucho consuelo de todos»-, que ya se le haya puesto nombre a esto y, por aquello de que un anglicismo creen que suena mejor, que lo hayan denominado stresslaxing, que suena como a cachondeo y que viene siendo el sentimiento de estrés que produce intentar relajarse en una sociedad hiperestimulada.
Conclusión, a este 2023 le pido disfrutar de mi mediocridad (así consideraba yo al descanso. No me escondo. De tarada total) y del sueño de alcanzar la perfección de forma equilibrada, si es que eso existe por mucho que dijeran Hipócrates o Galeno. Me pido también reaprender el arte de no hacer nada que tienes en la infancia, sin remordimientos, como quien decide que el día de nochevieja se puede perfectamente cenar un Colacao con galletas.