Últimamente tengo un conflicto interno con Masterchef que me trae por el camino de la amargura. Cuando lo veo, es un rollo. Cuando me lo pierdo, ocurre lo mismo que la típica noche en la que salen todos tus amigos menos tú: es la mejor noche de la historia, ligan, no hay cola en las discotecas y todos salen bien en las fotos. Así que ayer hice un experimento y vi solo la mitad, para ver si conseguía que si no legendario, resultase al menos entretenido.
Esto es obviamente, mentira. Tenía cosas que hacer y llegué tarde. Además el programa completo en Internet no está hasta el día siguiente. Así que les cuento un poco lo que vi y ustedes hacen como que no han visto nada.
Porque además, ¿qué me he perdido en realidad? La primera prueba, según he podido ver por ahí, consistió en reunir a los aspirantes con sus madres. Cada una, réplica de su hijo. La madre de Rachel, la moderna, iba vestida como si fuese a presentar una batalla de rap en algún tugurio de Nueva York. La madre de Rocío se puso a llorar y ella le preguntó que por qué. No que por qué lloraba, que qué era eso de mostrar emociones, que un espartano de verdad vuelve con su escudo o sobre su escudo. Luego la apuñaló y se comió su hígado en directo.
La prueba de grupos implicaba viajar a Francia, a un mercado, en algún lugar, y cocinar con chefs franceses. ¡Ah, el tópico del chef francés! Con bigote, gorro alto, estirado, queriendo cocinar al mejor amigo del protagonista de nuestra nueva comedia familiar: la aventura de Dingo, el perro arenoso, y su compañero anfibio Don Saltos. Al parecer todos lo hicieron terriblemente mal de nuevo, fueron un insulto para la profesión y están condenados a participar en el programa de baile de Antena 3. Sí sí, ese. El de Mónica Cruz. Me da igual que ya se haya cancelado, tú bailas.
No fue el caso, sin embargo, de las dos personas más dispares de la escuela. Pablo, el amable y estirado poseedor de la verdad oculta de la gastronomía y José Luis, el bueno de José Luis. Pepe quiso recompensar a ambos por su esfuerzo y se libraron de la eliminación. Además, compartieron una excursión juntos, para aprender nuevas técnicas y estrechar lazos. Me imagino las conversaciones. Pablo dice que la sopa le recuerda al invierno que describe Tolstoi en sus obras. José Luis le cuenta una anécdota graciosa de un amigo que tenía una vaca que cuando hacía frío estornudaba muy fuerte. Pablo no dice nada más en todo el día. Al día siguiente José Luis va a la biblioteca y saca Guerra y Paz para intentar sorprender a Pablo. Se sienta al lado suyo más tarde, disimulando, pero este tiene un E-Book. Mira a José Luis, que lee el libro al revés y suspira fuerte. Suena la intro y empieza La extraña pareja. O Dos cocineros y medio. O Big Bang Chef.
La eliminación utilizó un clásico del programa. Se subastaban los productos a cambio de tiempo. Pepe hacía de director de la subasta, en la que básicamente no había ningún ingrediente fácil. Además todo eran cabezas: de vaca, de cordero, de gallo (crestas) o de ajo. Cabezas en cajas. Macabro, sí.
Los peores platos fueron los de una de las gemelas (¿acaso importa cuál?), la chica del flequillo (se llama Dania, y lo he buscado únicamente porque me sigue en Twitter) y el chaval joven rizoso, Juan. Fue él quien resultó elegido por los jueces para colgar el delantal, luego le preguntaron si venían a recogerle o quería que llamasen a sus padres o tutores. Ángel también estaba en mi quiniela, pero le salieron bien las cosas y puede seguir engañándose unos días más.
Sigo al pie del cañon por ustedes gastrónomos. Comenten si creen que me he perdido algo importante o que he hablado poco de Natalia. ¡Abrazos!
by Santi Alverú
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