Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

El cine y la gastronomía exótica. Tú y yo no comemos igual.

 

La cinematografía mundial sigue, en general, mostrándose muy perezosa a la hora de innovar en la representación de las distintas formas de alimentarse y cocinar que existen a lo largo del globo. Básicamente su esquema suele consistir en juntar planos cortos de cuidada fotografía con una banda sonora propia del lugar de origen del plato en cuestión. ¿Unas tortitas de desayuno? Un poco de rock and roll. ¿Unos espaguetis en Roma? Ópera. ¿Tal vez una alborotada comida campestre alejada del silencio de elegantes restaurantes? Añadir rápidos instrumentos del folclore de la región, mucho ruido de platos y cubiertos y cantarinas voces de acento rústico

En su película Comer, beber, amar, el taiwanés Ang Lee no escapa del todo de esta tendencia, pues sigue mostrando cocina de fideos, pato y pollo mientras suenan flautas e instrumentos de corte oriental, pero utiliza la narrativa para llegar donde la técnica no se lo permite. Si con un plano no es capaz de mostrar lo solemne e importante que resulta la comida como ritual en un país como Taiwan, sienta entonces a la mesa una familia formada por complejos personajes cuyos conflictos en común se verán siempre resueltos a la hora de cenar. Además, aprovecha para fijarse no solo en los ingredientes, sino en todo tipo de detalles: la vajilla, la forma de comer o las muestras de satisfacción de una cultura habitualmente menos expresiva que la nuestra.

[youtube id=»0Um_rXMBXAs» width=»620″ height=»360″]

El problema es que, aún así, el cine sigue siendo un medio bastante limitado para explicar las tendencias gastronómicas de cada región. Alguien que vea una película como Comer, beber, amar podría pensar, incluso a pesar de ser un trabajo sobresaliente, que los gustos gastronómicos de Mr Chu y sus hijas, los protagonistas del film, son consecuencia del capricho de una antigua cultura asiática y no, como ocurre en realidad, fruto de su delicado sistema de producción de alimentos. 

Pongamos un ejemplo de conflicto gastronómico entre culturas: el perro. En China, donde la escasez de una variada oferta de alimentos de origen animal y la ausencia de una industria láctea han dado lugar a una pauta bien arraigada de vegetarianismo involuntario, los servicios que los perros puedan prestar no bastan para prescindir de su carne y el consumo de esta es la norma, no la excepción. ¿Cómo va el cine a hacernos comprender algo así en una obra de ficción cuándo lo más cerca que ha estado nunca Hollywood de juntar perros y comida ha sido en la escena de los espaguetis de La Dama y el Vagabundo? Y con este, existen cientos de ejemplos más de contrastes gastronómicos que conllevan múltiples confusiones. 

Es precisamente este último mundo que he mencionado, el de la confusión gastronómica que surge del choque de varias culturas, algo que el cine si ha mostrado con asiduidad. Existen numerosos ejemplos, algunos más gráficos, como Las vacaciones de Mr Bean, donde el protagonista se enfrenta a la barrera estética que despierta el marisco para algunos extranjeros, u otros más descriptivos, como el mítico diálogo de Pulp Fiction sobre las diferencias de la comida rápida aquí y allá:

– ¿Y qué le ponen a las patatas fritas en holanda en vez de Ketchup?

– ¿Qué?

– Mayonesa.

– Arg, ¡Joder!

– Les vi hacerlo macho, las bañan en esa mierda.

Pero sin duda uno de los momentos cumbres de esta recopilación es la cena de Indiana Jones y el templo maldito, en la que la estirada actriz que acompaña a Indy se enfrenta a sesos de mono, escarabajos gigantes y ojos en la sopa:

[youtube id=»3MgyRO3c870″ width=»620″ height=»360″]

Es más fácil, por tanto, encontrar en el cine una escena que refleje la incomodidad de ver comer al de al lado, que otra que razone, justifique y explique esa incomodidad. 

Para terminar, existe una anécdota* que, cierta o no, ejemplifica muy bien lo muchas veces insalvable de las diferencias gastronómicas entre países, con nuestro amigo el perro de protagonista. Se cuenta que, durante una recepción en la residencia del embajador británico en Pekín, el ministro de Asuntos Exteriores chino expresó su admiración por la hembra spaniel del embajador. Éste le dice que la perra está para dar a luz y que se sentiría muy honrado si el ministro quisiera aceptar uno o dos cachorros como regalo. Cuatro meses más tarde, una canasta con dos cachorrillos es entregada en casa del ministro. Pasan unas pocas semanas y los dos hombres vuelven a encontrarse. 

«¿Qué le parecieron los cachorros?» preguntó el embajador.

«Estaban deliciosos» respondió el ministro. 

 *Esta anécdota y el contenido sobre el perro y la gastronomía han sido extraídos del libro Bueno para comer de MHarris.

[highlight color=»eg. yellow, black»]Nota:[/highlight] se recomienda no pensar mucho en esta anécdota la próxima vez que vayáis a uno de los fantásticos restaurantes orientales que recomienda G de Gastronomía. ¡Hasta la próxima entrega!

Fdo:

logo se

 

Deja tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

¿Te gusto? Compártelo

Enlaces de interés

Aviso legal
Política de privacidad
Política de cookies
Términos y condiciones

© G de Gastronomía by Carmen Ordíz

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies