Llegar a Ferpel no es solo llegar a un restaurante. Es llegar a casa. A un tipo de casa que no tienes, pero a la que querrías volver. Aunque nunca antes hayas estado.Porque Elio cocina como quien cuenta una historia que lleva tiempo guardada.
Y tú entras, sin hacer ruido, como si siempre te hubieran estado esperando.
Primero te recibe el camino. Luego la casa y su futuro invernadero. Y después él, con esa media sonrisa de quien no necesita disfrazarse de chef para que sepas que estás en buenas manos.
El aperitivo no se sirve en la mesa. Se vive en la despensa. Como el placer de robar aceitunas antes de comer. Como coger pan caliente de la bolsa.Y sí, el pan que te sirven es suyo. Lo hacen allí y de maravilla.
Como hace casi todo lo demás.
La cocina no se esconde.
Está ahí, integrada, a la vista. Sin secretos.
Como si dijera: “mira, esto es lo que soy”.
Sin cortinas. Sin trucos. Sin fuegos artificiales.
La cocina de Elio no va de técnica (aunque también la tiene), va de verdad.
De cuidar a los suyos —a los vecinos, a los productores, al entorno—. De no correr detrás de las modas.
De no pedir perdón por ser de allí, del occidente asturiano, ese que a veces parece que hay que recordar que existe.
Ferpel no es un secreto. Es una declaración.
Una que dice que lo rural no es lo de antes: es lo que viene.
Y si no lo ves, ven.
Y si vienes, quédate un poco más.
Porque Elio te va a hacer sentir lo que pocas veces se siente al comer: orgullo de pertenecer a algo. Como si su pueblo fuera el tuyo.
Y lo que no te quedan cuando acabas de comer son ganas de irte.
¡Nos leemos pronto!