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El cine y la comida rápida. Registrando lo (mal) que comes.

Se puede conocer mucho de un país por lo que comen sus gentes. Al menos, esta era la opinión de la revista Rolling Stone cuando a finales de los años noventa, encargaron al periodista Eric Schlosser una serie de artículos que profundizasen en el enredado sistema del Fast Food norteamericano.

*Eric Schlosser ha cambiado su estado de Facebook. De «tiene una relación con la comida rápida» a «es complicado«.

A medida que su investigación avanzaba, Schlosser no tuvo más remedio que admitir que la complejidad del asunto sobrepasaba con creces las posibilidades que una publicación mensual le otorgaba. Continuó su investigación y terminó por escribir el libro Fast Food Nation. Su mirada a la vez global y local, su ambición por abarcar múltiples aspectos en la producción de alimentos y, tal vez, la temática tan cercana al día a día de cualquier lector potencial, lo convirtieron rápidamente en un best-seller mundial.

Todavía parecía faltar un paso lógico en las posibilidades de explotación de lo que Schlosser quería contar al mundo: el cine. En un Hollywood habitualmente necesitado de proyectos originales, donde las publicaciones de éxito son rápidamente procesadas en guiones, un tema con tanto potencial como el de Fast Food Nation pedía a gritos un paso a la gran pantalla.

Los gritos, como pueden imaginar, no venían del Burguer King… Otro tipo de gritos venían del Burguer King.

La posibilidad de una adaptación se topó con el director Richard Linklater. Linklater al principio rehusó aceptar, dado que su cine no parecía adecuarse al requerido por un trabajo tan documental. El director texano era conocido a comienzos de la pasada década (y todavía hoy) por ser un cineasta en ocasiones experimental (Tape, Slacker) y en otras más establecido (School of Rock, Antes del Amanecer) pero siempre con espíritu independiente y con un cine que se centraba en sus personajes, en su vida diaria. Hizo falta que el ensayo Fast Food Nation se adecuase al molde de Linklater para que este pudiese verter en él, de nuevo, su reivindicativa visión de la sociedad y crear una película que, a través de largos diálogos y diversos personajes conectados entre sí ofreciese al espectador una visión muy humana de lo que ocurre detrás de su mostrador de comida rápida preferido: trabajos que conviven con la precariedad y los riesgos laborales, laboratorios que fabrican olores y sabores, activistas con buenas intenciones pero pobres recursos frente al mundo real, familias que conviven entre el esfuerzo que supone alimentarse día tras día y la responsabilidad que conlleva el mismo ritual y, finalmente, un público con absoluto desconocimiento sobre lo que se lleva a la boca.

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Si un país se define por lo que come, Fast Food Nation retrata a los Estados Unidos como un país ignorante.

La película de Linklater funciona, además, como nexo de unión entre dos corrientes del cine americano definidas por su relación con la gastronomía. Por un lado, y gracias a su esquema narrativo, construido a través de múltiples conversaciones que tratan de o se mantienen durante la comida, el director se encarga de continuar una larga tradición del cine estadounidense, el cual por activa o por pasiva ha mostrado en infinidad de ocasiones como la gente de los Estados Unidos se relaciona con lo que comen y se definen gracias a ello. Sin utilizar mucho Wikipedia, uno recuerda a Charles Chaplin y su zapato en La quimera del oro, las comidas en el oeste de las películas de John Ford o los sofisticados banquetes que los hermanos Marx se encargaban de alborotar en sus películas.

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Más tarde, a medida que nos alejamos de la primera mitad del siglo XX, los productos de comida rápida con nombres y apellidos comienzan a aparecer en la gran pantalla. Y con ello, mientras algunas cintas muestran esta nueva forma de alimentarse como algo perfectamente instaurado en su identidad nacional, otras se encargan de evidenciar la frustración del consumidor hacia sus nuevos vecinos de brillantes locales. En Un día de furia, película del año 1993 dirigida por Joel Schumacher, Bill Foster (Michael Douglas) se enfrenta al mundo de cada día en varios ámbitos: un atasco, una manifestación, un intento de atraco… En una secuencia(click aquí)  prácticamente obligada, Foster entra en un ficticio restaurante de comida rápida, donde la absurda burocracia y el patético concepto de la imagen corporativa consiguen sacarle de quicio.

«- Hola, quiero desayunar

– Ya no servimos desayunos.

– Ya sé que no servís desayunos Rick, Sheila me ha dicho que habéis dejado de servir desayunos… ¿Por que os llamo por vuestros nombres si ni siquiera se quienes sois? Yo sigo llamando a mi jefe señor y trabaje para él 7 años y medio y en cambio entro aquí sin conoceros de nada, os llamo Rick y Sheila como si estuviéramos en una reunión de alcohólicos anónimos…no quiero ser amigo tuyo Rick, solo quiero desayunar un poco.»

Todo ese sentimiento de confusión, esa llamada de atención de directores más independientes hacia el malestar generado por la comida rápida, desembocaría en la primera década del siglo XXI en una serie de trabajos audiovisuales, en su mayor parte documentales, con amplio contenido de denuncia. Este segundo grupo queda atado al primero, como decíamos, gracias a Fast Food Nation y a su visión crítica y realismo documental, sobre todo en las escenas de la fábrica y de los mataderos.

Super Size Me, Food Inc y GMO OMG son tres de los más célebres e interesantes documentales pertenecientes a esta segunda hornada* de cine de denuncia contra la comida rápida.

*nótese el juego de palabras con «hornada» y la temática de este artículo (cómete esa, Bukowski).

Super Size Me sienta, directamente, un precedente. Su realización se ubica en una época tan a caballo entre dos siglos y dos formas de entender el mundo, que su visionado hoy en día puede resultar hasta anacrónico, por lo absurdo de muchas prácticas empresariales (ese tamaño Super Size en el menú de McDonalds) y conductas ciudadanas que se observan en el documental (¿se puede demandar a las cadenas de comida rápida?). A lo largo de treinta días, comenzando en febrero de 2003, Morgan Spurlock decide alimentarse mediante tres comidas en McDonalds. A la vez, se realiza a sí mismo constantes exámenes médicos y lleva a cabo numerosas entrevistas tanto a expertos en la materia como a ciudadanos de a pie. En el resultado final se mezclan una enorme cantidad de elementos a tener en cuenta, como una clara ausencia de calidad visual (planos torcidos, mal encuadrados, desenfocados) y sonora (entrevistas realizadas en parques infantiles con un muy molesto ruido de fondo) pero entre los que impera uno solo, y es la asombrosa inventiva que demuestra Spurlock, al crear una metodología que exprima la ya de por sí muy atractiva temática del documental y que hace que este resulte a la vez enormemente informativo y lúdico.

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Después de Super Size Me, todo el mundo parece estar de acuerdo en que Food Inc es la versión pausada, documentada y reflexiva (y por qué no decirlo, algo más aburrida) del primero. Si Super Size Me hablaba de lo que ocurría después del mostrador, Food Inc explica lo que ocurre hasta que la hamburguesa llega a ese mostrador. También puede ser interpretado como la teoría necesaria para interiorizar antes o después de acceder a Fast Food Nation.

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Y finalmente, GMO OMG bebe de ambos. Utiliza un presentador que decide inmiscuirse y tocar las narices a grandes corporaciones (la empresa de productos bioquímicos Monsanto en vez de la hamburguesería McDonalds), pero elimina el carisma con el que contaba Spurlock en Super Size Me por añadir cierto dramatismo y seriedad a un tema más actual, el de los Organismos Modificados Genéticamente. Aunque este último pierda algo de credibilidad en su evidente discurso poético e incluso religioso, ofrece un consejo final que está en consonancia con todos los otros documentales y películas mencionadas:

[highlight color=»eg. yellow, black»]Usted tiene el poder de decidir. Solo necesita informarse y alimentarse en consecuencia.[/highlight]

Como ven, he intentado abstenerme de realizar juicios de valor sobre unas u otras prácticas empresariales, sobre las intenciones de cada guionista o director o sobre mis gustos en lo que a comida rápida se refiere. Pero si en este breve resumen de cómo ha cambiado la relación entre el cine y la comida rápida en el último siglo puedo permitirme pedirles una sola cosa, no será que dejen de comer hamburguesas. De hecho, odio bastante a la gente que me dice que deje de comer hamburguesas. Como dice Bruce Willis en su cameo en Fast Food Nation:

«A la mayoría no le gusta que le digan lo que les conviene»

Lo único que les pediría es que se informen. Que se informen y demanden información. En los restaurantes y, sobre todo, en el etiquetado de los productos que adquieren en sus supermercados. Créanme, el mundo de la alimentación es mucho más democrático que el mundo de la política: cada vez que pasan por caja en un supermercado están emitiendo un voto.

Es curioso, ocurre igual que cuando pasan por una taquilla.

Fdo:

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By Santi Alverú

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