Los dioses son caprichosos, y los guionistas de Masterchef lo son todavía más. Si en la pasada entrega hablábamos de una maldad inducida, de una cizaña impuesta sin compasión, esta entrega se ha caracterizado por su buen rollo, desde el principio… hasta el fin. Bienvenidos al país de la piruleta y el arcoíris.