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Foodies. The Culinary Jet Set

Foodies. The Culinary Jet Set. Entrevista a los directores y crítica del documental.

Me reúno en el hotel María Cristina de San Sebastián con Thomas Jackson, Charlotte Landelius y Henrik Stockare los tres directores del documental sueco Foodies, perteneciente a la sección Culinary Zinema y una de las mejores películas de todo el Zinemaldía. Los tres se muestran habladores, con un perfecto inglés y con muchas ganas de ser todo lo opuesto a la gente que retrata su obra: correctos, amables y sencillos.

Hotel María Cristina de San Sebastián con Thomas Jackson, Charlotte Landelius y Henrik Stockare
Siendo tres directores, ¿cómo resultó la división de tareas? ¿Cómo trabajaron juntos?
Henrik Stockare (HS): En primer lugar, creo que nos conocemos bastante bien porque hemos estado trabajando juntos mucho tiempo en televisión. Pero es cierto que esta vez el rol es el mismo, éramos tres y los tres ejercíamos de directores…
Thomas Jackson (TS): Tuvimos muchas reuniones, discusiones sobre las direcciones que queríamos que la película tomase. Creo que de lo que se trató nuestro trabajo en conjunto fue básicamente de tener las ideas claras y saber que queríamos hacer. Además, con tanto viaje teníamos que estar muy seguros de que todos entendíamos perfectamente lo que los demás estaban haciendo.

En un documental, desde mi punto de vista, siempre hay dos partes a las que prestar atención. Por un lado tienes que informar, que dar datos y narrar hechos. Por otro, tienes que resultar cinematográfico, resultar atractivo visualmente. ¿Os resultó difícil manejar estos dos conceptos?
Charlotte Landelius (CL): La verdad es que lo hicimos lo mejor que supimos y pudimos, en un proyecto de tan bajo presupuesto como este. Aunque viajamos mucho y cosas así, nosotros lo hicimos todo, incluso el proceso de edición. Solo viajábamos de dos en dos…
TS: ¡No teníamos ni un sonidista para acompañarnos! Éramos nosotros sujetando el micro.
HS: Pero respondiendo a tu pregunta, todo se resume por lo que dijo antes Thomas, lo más importante es tener muy claro lo que quieres contar y cómo lo quieres contar, y nosotros lo teníamos.
TS: Era una historia que no se había contado antes, y eso nos dejaba libertad para hacer mucho y para ahondar en el tema de verdad. Cuando llegamos a la historia, y a estos fascinantes personajes, nos dimos cuenta de que sería muy fácil de contar, en el mejor de los sentidos.

Los foodies que aparecen en la película, ¿cómo llegasteis a ellos?
TS: Comenzamos investigando los media, entrando en sus blogs. Es bastante sencillo darse cuenta echando un simple vistazo de quienes son los mejores en este mundo. Y a la vez queríamos un reparto global, este es un fenómeno global así que queríamos gente de Asia, de Estados Unidos, de Europa…
También nos interesaba que tuviesen una historia personal interesante, más allá de la comida. Porque la pregunta del millón en este film es ¿para qué utiliza esta gente la comida? ¿Qué lugar ocupa en sus vidas?

CL: Me gustaría añadir aquí que todos han sido objetivos en sus testimonios, ninguno estaba atado ni económicamente ni de ninguna manera a los restaurantes que aparecían en el documental. No representan a nada excepto a ellos mismos. Nos pareció muy importante.

Hay un momento en la película que rebaja a los foodies a la categoría del resto de consumidores, y es cuando cada uno pide la cuenta. ¿Se refleja este momento en la cinta de forma intencionada?
TS: Si, eso creo. Queríamos enseñar que aunque esta gente es invitada en ocasiones a ciertos restaurantes, también tienen sus propios gastos…
HS: Y sobre todo, que ellos tienen su propia agenda. Van donde quieren y lo hacen por ellos, aunque les cueste mucho dinero.
TS: Y haciéndolo empujan las barreras del mundo gastronómico, descubren nuevos lugares y le dan nuevas interpretaciones al hecho de alimentarse.

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En uno de estos viajes, los foodies llegan a San Sebastián. ¿Estaba previsto o era una forma indiscreta de acceder al festival?
CL: (risas) ¡No sabíamos de la existencia del festival hasta llegar aquí para grabar esas escenas! Nos hablaron de él, de lo importante que era, y de la sección gastronómica y nos pareció interesante poder acudir.
HS: Es curioso porque creo que este fue el único destino al que acudimos todos, los tres. Pero desde luego vinimos por su fama gastronómica en toda Europa.
TS: Y porque vamos donde ellos van. Y ellos (los foodies) vienen aquí, así que no quedaba otra.

¿Así que los foodies marcaban la agenda por completo?
TS: Sí, desde luego. Nosotros podíamos empujarles a realizar sus viajes en determinado momento del año, que resultaba más favorable para el proyecto, pero el lugar era cosa suya.
HS: Sabíamos que podíamos fiarnos de ellos desde que seguimos a Andy Hayler a su último restaurante Michelin de tres estrellas. Aquello no solo fue fantástico, sino que vimos lo mucho que él sabía, conocimos al foodie de otra manera.
Es curioso, porque parece que los foodies no son gente demasiado curiosa, sino más bien algo arrogantes, y que solo se interesan por el resultado del plato una vez lo tienen delante y no les importa nada de lo que haya pasado antes.
HS: Y creo que eso es cierto, es muy cierto, solo les interesa el plato. Pero algunos conocen los productos, la mayoría puede notar si el producto es de mejor calidad, o es fresco.
TS: Hayler es así. Él de verdad quiere saber, saber a un nivel muy profundo, todo lo que pueda sobre lo que come. Ha estado en inda unas dieciséis veces. Es como un profesor. El conocimiento que tiene es asombroso, muchos chefs con los que hemos hablado nos han dicho que probablemente sea la persona más sabe de comida en todo el mundo.

¿Cómo fue grabar la escena en algunos restaurantes, como el que se ve en Japón, cuyas dimensiones son muy reducidas? ¿Os ponían dificultades los restaurantes que visitabais?
CL: Fue muy difícil (risas). El restaurante es algo como esto (señala la habitación en la que nos encontramos, un habitáculo de poco más de tres metros de lado) y parecía que había toda una multitud cuando estábamos nosotros.
Ellos fueron muy amables, pero otros fueron todo un reto. Nos encontramos restaurantes que podrían haber dicho «sí» en un primer momento, pero al llegar nos preguntaban «¿vais a rodar aquí de verdad?» y nosotros «es un documental, ¡qué esperabais!» (risas). O nos dejaban solo una esquina para poder rodar… Hubo incluso problemas con los clientes, que en ocasiones no querían ser filmados.

Todos los componentes de Foodies. The Culinary Jet Set en el Gourmet Shop del María Cristina en San Sebastián

¿Qué fue, para ir acabando, lo mejor y lo peor del rodaje?

TS: Para mí lo mejor fue la escena que rodamos donde discuten uno de los foodies, Steven Plotnicki, y el chef del restaurante neoyorquino WD – 50, Wylie Dufresne, acerca de uno de sus platos. Enseña muy bien la fricción entre los chefs y los foodies, hay mucha pasión desde los distintos puntos de vista de los chefs, y resulta muy natural delante de la cámara.

HS: El peor momento seguramente sea el proceso de enviar todos estos emails, cartas, etc, a los restaurantes, y que muchos de ellos ¡no se molestasen ni siquiera en responder! Mandamos muchísimos, pasamos días y días organizando para que no haya frutos… la logística, eso fue lo peor. Intentar comunicarse con gente que se ve a si mismos como superestrellas, los chefs sobre todo, y que no son capaces de enviarte un sencillo correo.

Entiende que en este mundo lo que hicimos fue algo similar a hacer un documental sobre música y poner de acuerdo a Lady Gaga, a Bruce Springsteen, Bono… Fue lo más difícil.

¿Quién creéis que tiene mayor ego, un chef o un foodie?

(risas de los tres, hay murmullos, ninguno parece querer responder)

CL: ¡Siguiente pregunta! (risas)

HS: Yo creo que diría chefs. Al menos los franceses.

 

De nuevo nos cogen por sorpresa y nos avisan del que tiempo se acaba. Me despido de los tres directores: ¡ha sido una de las mejores y más extrañas entrevistas que he hecho nunca!

Espero que os haya gustado y que os haya ayudado a entender mejor este mundo de la alta gastronomía y las redes sociales.

 

[highlight color=»eg. yellow, black»]Critica de FOODIES[/highlight]

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Ocurre a ciertos lectores, a aquellos insaciables, que una vez han devorado decenas de novelas a lo largo de su vida su inquietud no se ve calmada. Acaban disfrutando más de un ensayo, algo ameno y divulgativo, pero más completo como vía de información al fin y al cabo.
Con el documental para el cinéfilo puede ocurrir algo parecido, en caso de que lo que busquemos en el séptimo arte sea también conocimiento y no solamente belleza o entretenimiento (porque aquellos que le buscan un solo uso al cine se equivocan al contar). Foodies es un documental. Tras tanta película gastronómica que se queda, admitámoslo, noña, se agradece que se retrate el comer desde un punto de vista cognitivo puro y duro, y que alguien se deje de romanticismos y postres. Debería haber un Foodies por cada Tomates Verdes Fritos que se estrena.
Pero, a ver, ¿qué son los foodies? Mi descripción personal sería gente muy rica, que se dedica a viajar por todo el mundo (al menos los mejores lo hacen) probando platos de los restaurantes más exclusivos, que tienen la guía Michelin como Biblia y que usan las redes sociales tanto para influir sobre los restaurantes que visitan, como para inflar su enorme ego. El documental los muestra como gente que ha llevado el comer a otro nivel, que utiliza algo tan primario como alimentarse para mantener un status que actúe como carta de presentación.
Pero vamos por partes, que me caliento:
La característica mediática de los foodies es un sine qua non de su condición de divos. Como dice Steve Plotnicki, uno de los foodies más presentes en el documental, si alguno de estos individuos te cuenta que hace lo que hace por amor a la comida, miente. Si lo que quieres es comer, no llevas encima un equipo de fotografía digno de un reportaje para el National Geographic ni tienes una cuenta de Instagram que parece la carta del restaurante más grande del mundo.
Pero no son solo fotos: además, estos gourmets con ínfulas de estrellas del rock, ejercen como críticos gastronómicos. Y esto vuelve locos a los chefs de todo el mundo, tal y como refleja fielmente el documental.

Otro día hablaremos (o no) de los peligros de la crítica, casi siempre de cualquier tipo, pero más aún ante un trabajo como este, donde cada plato es tan irrepetible que valorarlo para otra degustación posterior crea un paradoja automática.
Como pronto y para acabar diremos que el documental consigue de alguna forma humanizar a esta gente. Consigue crear un momento triste, al menos en cuatro ocasiones, que conecta a esta gente con el resto de mortales omnívoros.
Es el momento de pedir la cuenta. Porque aquí desde el Papa de Roma, pasando por Obama y hasta cada uno de nosotros, todos pagamos nuestros cafés tarde o temprano.

Fdo:

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By Santi Alverú.

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