Están en peligro de extinción, y es una pena. Quizás mis primeros recuerdos gastronómicos me remonten al parque San Francisco de Oviedo con abue. ¿Quién olvida el sabor de los barquillos? Por aquel entonces, mediados de los años noventa, había varios barquilleros distribuidos por el parque y casi siempre tenías la suerte de toparte con uno de ellos, convencer al cuidador en cuestión para que te obsequiase tu buen comportamiento y acabar paseando con un barquillo artesano en la mano. ¡Si es que los gastrónomos/glotones nacemos con ello!
Ahora ya no queda casi ninguno en el parque San Francisco y raro es ver uno de esos contenedores rojo brillantes relleno de delicias crujientes. ¿Habrán sido los bollos industriales o habremos sido nosotros con nuestra vida fast los que hemos causado la desaparición de estas instituciones de la infancia?
Hace tiempo me llevé una sorpresa enorme al ver que en pleno centro de Madrid se encontraba una de estas especies en peligro de extinción: un simpático señor vendiendo sus galletas artesanas. Allí, en medio del ajetreo de la capital, estaba este amable barquillero. Con apenas 3 euros conseguí dar un salto espacio-temporal, volver a la infancia, al parque, a la seguridad de la mano de la abuela y al sabor de la niñez, de la inocencia. ¿Cómo puede un alimento traer tantas sensaciones?
¿Vamos a dejar que se pierdan todos estos recuerdos? Hoy estoy gastroreinvindicativa. ¡Defendamos a estos maestros artesanos! ¡Más barquillos y menos bollos industriales para los niños!
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