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El cine de animación y la gastronomía. Otra forma de ver lo que comemos.

El cine de animación puede, además de proporcionar todas y cada una de las bondades que el séptimo arte suele ofrecer al espectador  (entretenimiento, emociones, reflexión…), añadir un componente visual y plástico muy importante a la temática que ocupe a la cinta. Desde el punto de vista subjetivo de un juguete cuando abre el baúl en el que se encuentra encerrado hasta una riqueza de detalles difícilmente conseguida por un escenario real, la animación explora posibilidades gráficas de las que rara vez nos damos cuenta.

La forma en la que vemos la cocina y la gastronomía se ha visto beneficiada también por este género. Parece inevitable empezar hablando de Disney, pues es habitual que el estudio incluya escenas que relacionen a sus personajes con la alimentación, ya sean estas meros entrantes o plato principal. Dentro de las primeras, algunas tan memorables como los espaguetis con albóndigas de La dama y el vagabundo: la pareja de perros disfrutando ese ítaloamericano menú junto al mantel de cuadros blancos y rojos parece asociarse ya de manera inconsciente pero obligatoria a cualquier cena romántica.

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Del segundo grupo, para el que la cocina adquiere importancia narrativa, hay también ejemplos. Los ingredientes vuelan y se deforman en películas como La sirenita, cuando Sebastián corre por su vida entre cuchillos y fogones. Y quizás encontremos el ejemplo mejor conocido de cine de animación gastronómico en La bella y la bestia, cuando las tazas, jarras, servilletas, tenedores, cucharas y demás miembros de la vajilla bailan y cantan junto a refinados platos una vez que cierto candelabro introduce el espectáculo:

«Ma chère mademoiselle, es una gran satisfacción y un inmenso placer, recibirla aquí esta noche. Y ahora, le invitamos a que tome asiento y se ponga cómoda, porque el salón comedor tiene el orgullo de presentar… su cena»

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Un curioso dato que une a estas dos películas, La sirenita y La bella y la bestia, con nuestro siguiente objeto de estudio, Ratatouille, es la asociación constante que hace Disney (y con ellos, el cine y la sociedad americana en general) de la alta cocina con la cocina francesa. El acento francés está tan presente en Lumiere, como en toda la historia de la rata Remy y su viaje por las instalaciones de un lujoso restaurante de París. La cinta dirigida por Brad Bird, además de ser un maravilloso retrato de la cocina como herramienta para alcanzar sueños y fortalecer relaciones, también aprovecha las posibilidades de la animación en numerosas ocasiones, bien recorriendo el interior de un horno con la velocidad de una rata o expresando sabores mediante colores y sonidos.

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Por el camino se quedan muchas otras, algunas como Rompe Ralph y su mundo de chucherías o ciertas aportaciones menores de DreamWorks, como la cena de Shrek alumbrado por una vela fabricada con cera de oído. Y si van a ver Big hero 6, el cortometraje que se emite justo antes, Feast, es también una fantástica pieza de cine de animación dedicada a la gastronomía (en esta ocasión, al necesario amor entre el fast food y la comida saludable).

Pero, ¿qué ocurre con el resto? No toda la animación es amable e infantil. De hecho, la asociación dibujos = niños es un prejuicio que arrastra este tipo de cine y que no siempre le favorece. Uno de los grandes, Hayao Miyazaki, ha sabido crear mediante su talento como animador una de las escenas más impactantes que recuerde: ocurre cuando, en El viaje de Chihiro, los padres de la niña protagonista son convertidos en cerdos como castigo a sus modales en la cocina y a su repugnante gula.

Padre de familia, que a pesar de ser televisión mencionamos por encajar como ejemplo de animación «adulta», también ha aprovechado la rapidez narrativa y el impacto visual de su medio de expresión para burlarse de la forma en la que comemos. O díganme ustedes si se les ocurre otra forma más efectiva que este gag para retratar el dudoso proceso de fabricación de una hamburguesa:

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Y para terminar, les dejo con Bill Plympton. Este animador estadounidense, que recientemente hemos podido ver en el Festival de Cine de Gijón a causa de una retrospectiva sobre su obra, es uno de los cineastas con un sello más particular que existen en el panorama actual. Su original forma de ver el mundo se ha topado en alguna ocasión con la gastronomía, pero nunca de forma tan brillante como en este corto titulado The date, «la cita». En él, Plympton coloca la cámara en el interior de la boca de una mujer a lo largo de toda su cita, y vemos como ingiere… bueno, yo les dejo que busquen el vídeo. Los sensibles, párenlo antes del final.

Espero que me sigan leyendo después de esta despedida. Un saludo y hasta pronto, gastrónomos. 

Fdo,

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By Santi Alverú 

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