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El alcohol en el cine. Ver beber, ver reír o ver llorar.

El alcohol en el cine. Ver beber, ver reír o ver llorar

Antes de que nadie diga nada: sí, el alcohol forma parte de la gastronomía tanto como las setas y el bacalao. Puede que esa copa que te has bebido a las seis de la mañana en el último bar abierto no sea el equivalente líquido a la deconstrucción de la tortilla de patatas de Ferran Adriá, pero en general, whiskeys, ginebras, vinos y demás bebidas espiritosas son objeto de análisis y comentario a lo largo del globo por sus cualidades culinarias, ya sea como complemento o como objeto principal.

El cine tiene una curiosa relación con esta sustancia, que habitualmente depende del género y de la época en los que se ubique la cinta. Al igual que ocurre con el tabaco, es corriente ver a los actores bebiendo en películas de mediados del siglo XX, y a medida que nos acercamos al XXI, o bien se abandonan este tipo de escenas o se exageran hasta encontrarlas absurdas, tanto por corrección política como por cambios reales en los usos sociales de esa bebida. Uno de los cambios más llamativos es cómo anteriormente podíamos ver personajes notablemente afectados por estos brebajes… ¡en películas para niños! Desde Pinocho tomando cerveza en la «Isla de los juegos» hasta uno de mis favoritos, el tío Waldo de Los Aristogatos. Un borracho de los de antes.

No es casualidad que el tío Waldo sea un personaje cómico. Es este género el que ha acogido al alcohol en nuestro días. En Resacón en Las Vegas, el alcohol aparece por doquier, y por muchas desgracias que cause, el contexto es propicio para eliminar cualquier tipo de connotación negativa sobre este. Tampoco hay juicios contrarios a la bebida en películas como Project X, Malditos Vecinos, Ted, Supersalidos o tantas otras que solo se preocupan en lanzar el gag y usar el alcohol como potenciador de las posibilidades de cada escena. En nuestros días las comedias con el alcohol como eje narrativo abundan, y aunque también existían tiempo atrás, entonces los límites eran otros más comedidos y los desenfrenos estaban habitualmente asociados a estereotipos (el irlandés peleón de Un hombre tranquilo o los chupitos de En busca del arca perdida). Cualquier análisis más profundo de todo este conflicto nos indicaría estar hablando ya del hermano mayor de la comedia: el drama.

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El drama otorga al alcohol otro punto de vista completamente diferente. Títulos como Leaving La Vegas (de nuevo esta ciudad), Bajo el volcán, El vuelo o Día sin huella cambian completamente el tono. Se cierran las posibilidades de redención del borracho sin una penitencia digna del mayor de los pecadores y se profundiza en las relaciones que se rompen y en la vida que se malgasta. Pero aún así, ocurre algo curioso: en muchas de ellas la figura del alcohólico se envuelve en una atmósfera que hace que la posible crítica se confunde con romanticismo, con admiración paleta hacia las atormentadas vidas de grandes artistas. No se consigue el rechazo.

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Y no me malinterpreten: no creo que haya que ofrecer una visión negativa del alcohol de forma sistemática. Muchas películas lo utilizan como un sencillo complemento narrativo, como elemento de apoyo para definir personajes y establecer situaciones. James Bond y sus dry martinis, el Nota y el ruso blanco. O el vino que rodea la película Entre copas de Alexander Payne. Las películas de la ley seca, como Los intocables de Elliot Ness también necesitan del alcohol como contexto histórico, igual que Casablanca se desarrolla, mayormente, en un bar.

Pero estos ejemplos son los menos: hay una relación muy clara entre el uso del alcohol en el cine y el mismo en la sociedad de la que hay que estar prevenidos. Y esto tan solo a nivel diegético, es decir, dentro de la propia película. Si pensamos en el ejemplo que da el star-system, la historia se complica todavía más. Porque si hay roles nocivos estos se encuentran sin duda entre las estrellas que rodean al séptimo arte, especialmente a Hollywood, y que pueblan las portadas de la prensa con sus constantes idas y venidas de cárceles y clínicas de rehabilitación.

Comedia y tragedia se unen como géneros en la vida real cuando hablamos del alcohol. Y Días de vino y rosas, de Blake Edwards, es uno de los mejores ejemplo de la dualidad de esta sustancia. Su tramo inicial tiene un tono suave, inocente, con Jack Lemmon bailando y preparando cócteles sin ningún temor. A medida que avanza la cinta el ambiente cambia y el matrimonio protagonista se ve empujado a una vida de miseria por culpa de la bebida. Todo se vuelve entonces un cúmulo de reflexiones impagables sobre la bebida y el bebedor, sobre la necesidad de este de justificación a su alrededor, sobre lo aburrido que es beber solo (voilà el éxito de la comedia para los que beben) y lo desesperante que es ver beber estando sobrio (voilà el éxito del drama para los que no).

Bebemos para olvidar por qué bebemos. El círculo que fomenta el alcohol no se ha definido mejor que con cierta frase de un gran bebedor que seguro conocen:

«Por el alcohol: causa, y a la vez solución de todos los problemas de la vida»

No se preocupen que todo esto, por supuesto, no afecta a la sidra. Beban con moderación y sigan leyendo «cine y gastronomía», que si no, me echan. Un saludo.

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